No podría medir cuán estúpidamente hiriente y redundante es reconocer así como lograr manejar el hecho de que herimos a los demás. Que nuestros actos tiene consecuencias, que repercuten en todo aquello y aquel que nos rodee. Es increíblemente difícil, y nos adentramos en un círculo vicioso que sólo comprende dos sujetos diversos: quien hiere, y aquel que es herido. Siempre hemos personificado alguno de estos dos, y las situaciones pueden diversificarse unas de otras en ciertos aspectos y desenvolverse de distintas maneras, pero al final las cicatrices son idénticas conforme el efecto es el mismo. Probablemente nos hayan herido el mismo número de veces que nosotros lastimamos. Y resulta muy tedioso que nos hagan mal... pero más aún, quejarnos de exactamente lo mismo que todos hicimos... o hacemos, actualmente. Inclusive, nosotros mismos nos mortificamos cuando dañamos a alguien más.
He vuelto con el ánimo de recuperar las riendas de mi vida, aunque mi vida actualmente se haya puesto "cuesta arriba". No es el momento de escribir un post sobre lo vivido, sino de afrontar el ahora con toda la fortaleza que me sea posible. Hay decisiones que para bien o para mal cambian nuestra vida, pero es mucho peor no tomar decisiones precisamente por miedo a que nos cambien la vida. No ha sido nada fácil dejar atrás un proyecto común, un sueño incumplido en un intento fallido de encontrar la felicidad. Quise buscar mi mitad sin ser consciente de que soy un todo. Ese ha sido mi gran error, creer o pensar, que no podía estar sola, que necesitaba a alguien que me sostuviera. Sentirme incapaz de afrontar mi vida como un ser individual. Estar perdida por no darme mi tiempo para encontrarme. Ahora he aprendido que ningún puzzle estará completo si le falta una sola pieza. Que no debo poner en manos de nadie mi propia felicidad. Que no se gana ninguna batalla...
Comentarios